lunes, 13 de mayo de 2013

Joaquina Téllez-Girón y Pimentel, Marquesa de Santa Cruz - Francisco de Goya y Lucientes






Durante la década de 1780, Francisco de Goya se convierte en el pintor de la aristocracia española, de una aristocracia que al tanto de la moda de las casas nobles europeas, especialmente de las francesas e inglesas, comienza a solicitar de los grandes pintores un tipo de retrato familiar que ponga de manifiesto el grado de alcurnia de sus familias dentro de una apariencia casi equiparable o semejante a la que la realeza muestra en su iconografía palaciega.

Dentro de ese periodo que coincidirá con sus trabajos para la corte de Carlos III y con su nombramiento en 1789 como pintor de cámara de Carlos IV, familias de ilustre tradición como las de los Duques de Alba, los Duques de Osuna, o los Marqueses de Santa Cruz, reclamarán sus servicios para ser inmortalizados por sus pinceles convirtiéndose ellos a su vez en mecenas, amigos y protectores del pintor el cual  acabará manteniendo un seguimiento pictórico de ellos que se prolongará en ocasiones a lo largo de más de una década. 

El retrato de Joaquina Tellez-Girón, Marquesa de Santa Cruz y que hoy traemos a este blog, es una muestra de esa iconografía mantenida y en la que, en un retrato, tenemos a una representante de esas dos grandes familias que citábamos, los Osuna y los Santa Cruz.

Joaquina Téllez-Girón y Pimentel era hija del matrimonio formado por Pedro Tellez de Girón, IX duque de Osuna  y Josefa Alonso de Pimentel, condesa de Benavente y una aristócrata famosa por su salón literario, uno de los más importantes del Madrid de finales del XVIII así como una gran mecenas junto a su marido, de artistas, escritores y científicos. Joaquina casaría con diecisiete años con José Gabriel de Silva-Bazán y Waldstein,  un Grande de España y X Marqués de Santa Cruz de Mudela, un gentilhombre que llegaría a ser el primer director del Museo del Prado y presidente perpetuo de la Real Academia Española.

Con esos antecedentes culturales familiares, los que le aportase el matrimonio y la importante formación recibida desde muy pequeña, no es raro que  a  Joaquina, la marquesa consorte de Santa Cruz, se la tuviese por una mujer extremadamente culta y refinada. A todo ello, hay que añadir que cuando Goya la pinta en este cuadro en 1805, Joaquina tiene tan solo 21 años y era también, según las referencias que de ella se tienen, una mujer muy admirada por su extraordinaria belleza.

Goya ya la había retratado con solo 3 años cuando pintó en 1787 el que sería el famoso cuadro "Los duques de Osuna y sus hijos" y en el que aparece con sus padres y tres de sus hermanos. Dieciocho años después la retratará, como vemos, tendida sobre una especie de diván o triclinio granate, entre almohadones y vestida con un traje estilo imperio de gran escote  y cintura alta que todavía resaltará más el espléndido busto de la marquesa. Goya la adorna, además, a la usanza de una musa, tal vez a la de la musa Erato, la musa griega de la poesía amorosa o tal vez a la de la musa Terpsicore la de la danza y del canto coral, musas ya representadas desde el Renacimiento con sus cabelleras adornadas con hojas, flores y frutos y que portaban una lira o citara entre sus manos.

De este cuadro, considerado el cuadro más sensual pintado por Goya, se ha dicho que está inspirado en el "Retrato de Madame Recamier" que Jacques-Louis David pintase unos años antes, en 1800, aunque también hay quienes ven la influencia de  Velázquez y su "Venus del espejo" y de Tiziano por su "Venus de Urbino"

Tuviese o no influencia de esas grandes obras, "La marquesa de Santa Cruz" fue un retrato muy apreciado por la familia de los Santa Cruz así como por sus descendientes que llegaron a considerar algo provocativo el traje que vestía la marquesa en aquel cuadro y al que denominaron humorísticamente "El camisón de la abuela" aunque, como ya hemos comentado, aquel traje no fuera realmente una prenda de dormir.

El cuadro permanecerá en la colección de los marqueses de Santa Cruz hasta que hacia 1915 pasa a manos de la infanta María Luisa, el marqués de Zahara y María Josefa de Silva, sin que se haya podido establecer cómo llegó a sus manos. En 1928 figurará en la primera exposición antológica de Goya, celebrada en el Prado siendo sus propietarios los anteriormente citados y a partir de este momento se le pierde la pista a este cuadro. Terminada la Guerra Civil española reaparece en Londres donde es adquirido por el Estado español al parecer con la intención de ser ofrecido como regalo personal de Franco a Hitler con motivo de la famosa entrevista de Hendaya.

La elección de este cuadro por el dictador Franco parece que fue motivada por la esvástica que adorna la lira o guitarra que la marquesa sostiene en sus manos, un símbolo que algunos han atribuido a lo que podría ser un logotipo tipo "lauburu" de la casa de los Santa Cruz, una esvástica curvilínea de origen celta o visigótica, y otros simplemente a un símbolo también de origen celta o anterior incluido por Goya seguramente como alusión mitológica pero sin nada que ver con lo que un siglo después se convertiría en el símbolo del nazismo. Afortunadamente, la operación no se llevó a término y el cuadro debió permanecer durante algunos años más en Londres reapareciendo en 1947 en Bilbao en manos de un coleccionista vizcaino llamado Félix Fernández Valdés y figurando desde entonces inventariado en la Colección Valdés. Desde 1961 no volvería a ser exhibido públicamente hasta que, en junio de 1983, las autoridades españolas manífiestan sus sospechas de que "La marquesa de Santa Cruz" ha salido de España sin los permisos pertinentes. El anuncio en 1985 de una subasta de Christie's en Londres promovida por un nuevo propietario del cuadro, lord Winborne, dará origen a un juicio por la salida ilegal de España de esta obra, juicio que resultaría favorable al Estado español, paralizándose dicha subasta pero debiéndose abonar una contrapartida al citado propietario de 6 millones de dólares, unos  900 millones de las antiguas pesetas. Se estima que la obra en subasta habría podido superar los 1.500 millones.

En abril de 1986 el cuadro pasó a pertenecer a los fondos del Museo Nacional del Prado donde se puede contemplar junto con las restantes obras dedicadas a los Duques de Osuna y Santa Cruz que en dicho museo se exhiben.